Rejugar para volver a reconectar.
Estamos finalizando septiembre y aún sigo con la resaca del verano. Lo que también está terminando, por desgracia, son mis vacaciones. Y por todo lo que me ha sucedido en este par de meses, me gustaría reflexionar sobre el hábito que cada vez más estamos perdiendo. Vamos a volver a rejugar videojuegos. Dar marcha atrás a esa época donde la industria entraba en letargo estival y era la ocasión perfecta donde quemar esos juegos que ya habíamos disfrutado decenas de veces. Y aunque ahora los veranos ya no se libran de un calendario de lanzamientos agresivos, creo que hay que volver a reclamar las viejas formas.
El error de generalizar.
Es obvio que no todos los videojuegos son iguales. Cada equipo de desarrollo trabaja con lo que puede y tiene, ajustando los márgenes para intentar dar su visión del juego. Los tamaños de las plantillas y tiempos de desarrollo en base al presupuesto son determinantes a la hora del resultado final. Ningún estudio funciona igual, pero en algún momento hay que poner orden a la hora de hablar de ellos y sus trabajos.
Si hablamos con alguien de la propia industria, es muy posible que los agrupe por indies o los diferentes grados que van del doble A más humilde a la gran superproducción. Tal vez creadores o prensa los separen por géneros ya establecidos, o en su defecto inventen géneros nuevos donde englobarlos. Pero a mí, y en lo que nos toca en este texto, me interesa la forma en la que los disfruta el jugador.
Todos hemos vivido esas obras que nos llenan, que tienen ese “disparador” que hace saltar nuestras emociones. Es algo que va más allá de su factura técnica o su valor como obra; es la conexión directa entre el videojuego y las vivencias del jugador. En cambio, hay otras que solo son funcionales. Entretienen, divierten y no podemos decir que no han cumplido su cometido como videojuego. Son juegos que pasan por nuestra vida, pero no se quedan en nuestros recuerdos. Todos esos títulos que, al mirar la estantería, recordamos disfrutar de manera difusa y que siempre pasamos por alto a la hora de volver a revivir la aventura.
Esto, en definitiva, no va de jugar a lo mismo una y otra vez. Significa ser selectivo con nuestros videojuegos. Es un viaje a los mandos a ese lugar especial que te hace feliz. Ese lugar puede ser una obra maestra o un juego mediocre, pero al final es nuestra casa. Volver a ella es añadir valor a la experiencia. Descubrir nuevos detalles que observamos en cada nueva pasada. O incluso dar la oportunidad que se merecen a esas obras que tenían algo que no apreciamos bien en su día.
Una maquinaria que no para.
Estoy seguro de que mientras me lees estarás pensando: “Si no alcanzó a seguir el ritmo de los lanzamientos, ¿por qué volver atrás?”. Las responsabilidades y la avalancha de novedades apenas nos dejan tiempo para bajar el ritmo. Actualmente se publican mensualmente más de mil juegos en Steam y prácticamente todas las semanas tenemos un par de lanzamientos destacables.
Vivimos en la era del videojuego “fast food”. Las compañías han dejado de crear productos artísticos para venderlos como experiencias pasajeras. Juega, disfruta y prepárate para el siguiente título. Y a veces, ni eso. Catálogos de experiencias conformistas y cumplidoras salpicadas por alguna excepción que rompe la norma. Ya no hay juegos mediocres, solo la comodidad de una nota aceptable acompañada de algún punto negativo. Llenamos las redes de listas de lanzamientos, machacamos con artículos (promocionales) de los “must have” del mes y no nos paramos a pensar si solo una fracción de esos juegos merecen siquiera ser nombrados. Y lo peor de todo es que esa dinámica nos está haciendo vivir nuestro ocio como si fuera una carrera de fondo.
Siendo sinceros, no estamos ni en el mejor clima ni con las mejores obras para cómo crear vínculos duraderos. Si solo unos pocos lanzamientos nos aceleran el corazón, ¿para qué caer de cabeza en toda la novedad? Por algo será que muchos videojuegos gastan prácticamente lo mismo en marketing que en desarrollo. A veces pienso que la mayoría de nuestras compras son por efecto del FOMO.
No hay peor sensación que abordar una obra con esa necesidad artificial, de subirte a la ola para luego caer a la decepción. Y no una por estar ante un mal producto, sino por uno que no está a la altura de lo que te han hecho esperar de él. Te persigue el haber abandonado lo que estabas jugando por la novedad. Piensas, tras la experiencia, que podrías haber esperado un poco más y crees que lo recordarás para la próxima vez. Pero por lo que sea, esa próxima vez te vuelves a encontrar en ese mismo punto haciendo la misma promesa de no volver a caer.
¿Y para qué? Sí, apenas recordamos los juegos que hemos jugado durante el año, por no hablar de años anteriores. Hay que volver a recuperar nuestro propio ritmo como jugadores. Buscar el tiempo para abordar la novedad, volver a rejugar y también para dar la oportunidad a esos juegos que se salen de nuestra zona de confort.
Menos es más.
Los jugadores debemos ser conscientes de los problemas de la industria del videojuego. Intentar, en la medida de lo posible, esa huida hacia delante de lanzamientos continuos que es una bomba a punto de explotar. Desde hace un tiempo, venimos reclamando videojuegos más cortos y narrativos, de los que se preocupan por el tiempo del jugador. Fuera mundos abiertos procedurales, adiós a las misiones de relleno y limpiar coleccionables. Bienvenidos aquellos juegos que no adulteran la experiencia para encarecer su PVP.
Y para mi sorpresa y asombro, cuando han llegado esos doble A que se preocupan por contar algo nuevo y dejar huella o por contar lo que siempre sin distracciones… Resulta que ha penalizado. No pasa con todos los títulos, pero a veces han llegado juegos sobresalientes que no han tenido la mejor de las recepciones.
Entiendo que las redes sociales no son el espejo de la realidad, pero también ha habido líderes de opinión que han sido implacables con ellos. Desde creadores de contenido señalando carencias que no existen o la ausencia de mecánicas innecesarias para la narrativa, porque todo vale para generar interacciones y tráfico. Incluso se acaba comparando esas obras más acotadas y humildes con superproducciones que paralizan la industria del videojuego cada vez que salen a la venta. Peor aún es cuando un medio profesional cae en los mismos términos; al final, tendrían que ser nuestro referente a la hora de comunicar y tener cierta coherencia con los discursos que dan.
Pero lo cierto es que hay que ser críticos; ninguna obra es perfecta. Por mucho que se necesiten cierto tipo de obras, hay que valorar lo bueno, lo malo o, en algunos casos, lo peor.
Actos, no promesas.
No quiero ser el enésimo comunicador que se ponga a dar lecciones desde un púlpito. Solo busco haceros reflexionar para recordaros que las ideas se demuestran con actos. En estos últimos años están saliendo juegos magníficos y, como jugador, no puedo estar más ilusionado. Pero con ese mismo corazón de jugador siento que no todos los juegos son para mí. No necesito el discurso del momento para ser feliz a los mandos. Hay juegos que apoyaré de salida y seré la persona más feliz del mundo, pero muchos otros tendrán que esperar su oportunidad… Si es que llega.
Por otra parte, como comunicador, también entiendo que hay veces que no es el juego, es el lanzamiento en sí. Debemos alejarnos de los buenismos y de los discursos incoherentes para defender nuestros derechos como consumidores ante gestiones o políticas que claramente no están bien. Por muy redondo que sea un juego, no puede estar por encima de los jugadores.
Y aunque parezca negativo, que lo es, tal vez salirse del sistema es lo que el sistema necesita. Ya no por nosotros, sino por la misma industria. Dar un mensaje claro de lo que queremos y de lo que no. Y ese mensaje, si buscamos hacerlo de forma clara y contundente, solo se puede hacer de una manera.
Clamar al cielo en redes sociales no vale de nada. Los debates solo son ruidos de fondo si no tienen consecuencias. Si las cifras de venta cuadran, confórmate con un cómodo comunicado de disculpas. Y si tienes suerte, muchísima suerte, algún tipo de limosna en forma de compensación. Y cuando empiezas a mirar la vida de otra manera es cuando las cosas cambian. Empiezas a respetarte a ti y a tu tiempo y, por lo que sea, es en ese instante cuando encuentras ese tiempo robado. Ya no juegas lo que toca jugar, solo que necesitas jugar.
Enhorabuena, has vuelto a tener ilusión por esto de los videojuegos.
Cada uno disfruta los juegos a su ritmo y se entretiene con lo típico o con lo dispar. Las empresas te obligan a consumir fast food pero cuando lo haces a tu ritmo y sin influencias comerciales disfrutas del camino.
ResponderEliminarEl placer de volver a un título, ahora conocido, y disfrutarlo pausadamente con la tranquilidad que da el no tener prisa por desvelar la historia es un lujo que dejamos de lado más de lo que deberíamos.
ResponderEliminarY poder vivir una aventura diferente gracias a los mods de la comunidad también nos ayuda a darle una nueva vida a esos juegos que forman parte de nuestro núcleo como jugadores.
Estoy completamente de acuerdo contigo. Al final, lo que realmente importa es encontrar el momento adecuado para jugar, elegir lo que de verdad te apetece y disfrutarlo al máximo.
ResponderEliminarAnte la inmensa cantidad de juegos que se lanzan sin parar, intentar jugarlo todo o sentir la presión de tener que probar un juego solo porque es la novedad, pierde todo su sentido.
Creo que la clave está en , sin más.
Recordando el mantra de los Mandalorianos, "Este es el camino".
Un texto que da mucho que pensar, muy reflexivo. Me gusta como escribes, me recuerda mucho a Adrián Suárez. Aqui tienes un nuevo seguidor !!
ResponderEliminar